Los habitantes de Las mil y una noches comparten una misma afición por los relatos, empezando por Shariar, el sultán que se propuso degollar una nueva esposa cada mañana, para vengarse de las mujeres, o de una sola mujer que lo había traicionado, y día a día fue perdonando a la muchacha que para él ataba y desataba sus cuentos.
En este mundo, en que se da muerte con una facilidad rara, contar bien una historia es un gran mérito: hasta los genios encolerizados ceden ante el encanto, deponen el arma que ya habían levantado, y se sientan a escuchar. Los personajes no tienen la desconfianza moderna ante la palabra (que acaso deba mucho a la imprenta) sino la admiración y el amor agradecido. el primero de ellos es el califa, centro de Bagdad que es el centro del mundo, ante quien convergen los narradores.
Al llegar la noche Harún al Raschid sale disfrazado de su palacio, en compañía de su lugarteniente, no como el emperador romano para encanallarse y ejercer su prepotencia, sino en busca de placeres más refinados. Gusta sobre todo de oír las historias que le cuentan hombre y mujeres, hijos de rey venidos de Bagdad de todas partes, como si en el ápice del poder sólo le quedasen por codiciar los bienes de la imaginación. Si la ciudad es el libro, el califa que la recorre es el lector. Ambos son eminentemente disponibles, dejan atrás las ocupación del día, se despojan de la máscara de la propia persona, y se ofrecen, ávidos y pasivos, a las solicitaciones del libro de la ciudad nocturna.
La mano de la noche abre para el califa el libro de la ciudad y el lector, en la claridad silenciosa de la lámpara, sale de su ser, pisa las calles de la noche árabe y entra en Bagdad.
ISBN: 9788481913293
Editorial: Pre-textos
Páginas: 112
Formato: 22 x 14 cm
Encuadernación: Tapa rústica
Idioma: Español
Edición: 2000